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Los viernes siempre llegan con un aroma especial, como si la semana quisiera regalarnos un respiro antes del silencio del fin de semana. Hoy, en este 3 de octubre, pienso en lo que significa detenerse a escuchar —esa pausa tan necesaria que casi siempre olvidamos.

El Niño Canela, en sus páginas y recuerdos, nos enseña que lo sencillo guarda la fuerza de lo eterno: una canción que suena en la radio, el olor de un guiso al fuego lento, la risa compartida en medio del cansancio. Todo eso, al final, es lo que sostiene la memoria.

El otoño avanza, y con él las cicatrices y los recuerdos se vuelven compañía. Pero también se abren caminos nuevos: presentaciones, lecturas compartidas, conversaciones con quienes se acercan al universo de Canela. Cada lector trae su propia historia, y en el diálogo entre esas vidas y estas páginas se completa el sentido de escribir.

Hoy quiero dejar abierto este espacio como quien abre una ventana: que el aire entre, que la música acompañe, que la vida continúe a fuego lento.

Porque la literatura no es un refugio, es un puente. Y desde aquí, desde este rincón, seguimos cruzándolo juntos.



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