En Cataluña, el 1 de noviembre no es solo una fecha en el calendario. Es un cruce de caminos entre lo que se recuerda y lo que se celebra. Mientras en otros lugares se habla de Halloween, aquí se enciende el fuego, se asan castañas y se preparan panellets con las manos que aún huelen a infancia.
La Castañada no es una fiesta. Es un ritual. Se celebra en familia, en escuelas, en plazas. Los niños se disfrazan de castañeros, las abuelas sacan las recetas, y el aire se llena de humo dulce.
El Día de Todos los Santos, por su parte, es silencio. Es flores en los cementerios, cartas que no se enviaron, nombres que aún se pronuncian. Es el día en que los vivos recuerdan a los que ya no están, no con tristeza, sino con presencia.
¿Y si ambas cosas fueran lo mismo? ¿Y si la Castañada fuera la forma catalana de decir “te recuerdo”? ¿Y si el fuego que asa las castañas fuera el mismo que enciende la memoria?

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