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El valor de detenerse a escuchar

Vivimos en un mundo que corre deprisa, que nos empuja a producir, a demostrar, a mostrar resultados inmediatos. Pero a veces olvidamos lo más sencillo: detenernos un instante y escuchar. Escuchar al otro, escucharnos a nosotros mismos, escuchar la memoria que nos habla en silencio.

En El niño que huele a canela he intentado precisamente eso: dar voz a lo callado, a lo que parece pequeño pero sostiene la vida. Cada recuerdo, cada cicatriz, cada gesto cotidiano tiene un eco profundo cuando se comparte con verdad.

Hoy quiero invitarte, amigo 


a practicar la escucha atenta. La de una canción que te lleva a tu infancia. La de un aroma en la cocina que despierta una emoción dormida. La de una conversación sencilla con alguien que aprecias.

Porque, al final, no es lo que acumulamos lo que da sentido, sino lo que realmente sentimos y compartimos. Y ahí, en ese espacio de escucha, es donde la vida se vuelve más humana y más plena.

Gracias por estar ahí, por leer, por acompañar.

Firmado,
DMA

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