Archivo del blog

Si este texto te ha tocado, compártelo. A veces alguien lo necesita hoy

No todos los niños tienen una infancia fácil.
No todos los adultos sobreviven a ella con dignidad.
Algunos lo hacemos escribiendo.

El niño que huele a canela no es un personaje bonito para adornar estanterías. Es memoria. Es cicatriz. Es una forma de mirar atrás sin rencor y hacia delante sin miedo.

Durante años creí que el pasado debía esconderse. Que hablar de centros tutelados, de silencios familiares, de caídas físicas y emocionales, era una forma de debilidad. Me equivoqué. El tiempo —y la escritura— me enseñaron que solo se sana lo que se nombra.

Este blog nace para eso:
para nombrar.

Aquí no encontrarás frases huecas ni optimismo impostado. Encontrarás recuerdos que pesan, palabras que abrigan y reflexiones escritas a fuego lento, como se han hecho siempre las cosas que importan de verdad.

La canela no es un adorno literario. Es un olor que vuelve cuando todo parece perdido. Es cocina, infancia, refugio. Es la prueba de que incluso en los contextos más duros puede quedar algo cálido si sabemos buscarlo.

Este espacio no es solo mío.
Es para quien ha sobrevivido en silencio.
Para quien se siente fuera de lugar.
Para quien necesita leer algo honesto y descansar un momento del ruido.

Si has llegado hasta aquí, no es casualidad.
Quizá también hueles a canela y aún no lo sabías.

Bienvenido.
Este es tu sitio.

El Niño Canela (DMA)


Descanso merecido

El  Niño Canela deja el fuego en reposo.

No es cierre.
Es pausa.

Como el guiso que se aparta unos días
para que asiente,
como la casa antigua que se airea
antes de volver a habitarse.

El cuerpo manda parar
y el Niño Canela obedece,
con respeto y sin ruido,
como se ha hecho siempre.

Serán unos días.
Los justos.
Ni uno más, ni uno menos.

Cuando el frío vuelve a la mesa



Hay días en los que el cuerpo pide poco y el alma pide mucho. Días en los que el frío no solo se cuela por las mangas, sino que se instala dentro y obliga a buscar refugio en lo conocido. En esos días, la memoria se convierte en cocina y el recuerdo en plato caliente.

El invierno siempre ha sido tiempo de volver a lo esencial. A la mesa compartida, al fuego lento, a los gestos repetidos sin prisa. No hacía falta hablar demasiado: bastaba con servir, sentarse y dejar que el vapor hiciera su trabajo. El olor lo decía todo. Era hogar, aunque no siempre hubiese una casa perfecta alrededor.

El Niño que huele a canela aprendió pronto que la dignidad también se cocina. Que un plato sencillo puede sostener una vida entera. Que dar de comer —aunque sea un cuenco humilde— es una forma antigua y silenciosa de cuidar a los demás. Y de cuidarse uno mismo.

Hoy, cuando todo parece correr más de la cuenta, conviene detenerse un instante. Recordar que no todo debe ser nuevo, ni brillante, ni inmediato. Hay cosas que funcionan porque siempre se han hecho así. Porque resisten el tiempo y el ruido.

Este blog no es una prisa. Es una pausa. Un lugar donde sentarse un momento, respirar hondo y recordar que todavía existen los sabores que abrigan, las palabras que no gritan y las historias que se cuentan despacio.

Hoy no hace falta más. Con eso basta.

DMA

Caldo navidad

 El Niño que huele a canela colabora con Bar Reddis

Hoy y mañana, en la mítica calle del Vent, ofreceremos a nuestros vecinos y visitantes un Caldo de Navidad preparado al estilo tradicional, como se ha hecho siempre: a fuego lento, con respeto por la cocina de nuestros mayores y con el espíritu de barrio que nos une.


Una invitación cálida para compartir mesa, conversación y el sabor auténtico de estas fechas.


Te esperamos en Bar Reddis.

La casa abre sus puertas. El caldo está


listo.

A fuego lento



Hay días en los que todo parece avanzar sin ruido. Sin titulares. Sin aplausos. Son esos días los que más importan. Los que se viven despacio. Los que no necesitan testigos para ser verdaderos.

Escribir también es eso: un acto silencioso. Uno se sienta frente a la página como quien se sienta ante una mesa antigua. No para exhibirse, sino para servir algo honesto. Una emoción. Un recuerdo. Una herida que ya no sangra, pero sigue diciendo.

He aprendido que lo importante no siempre ocurre cuando pasa algo grande. A veces sucede cuando no pasa nada. Cuando el mundo, por un instante, se detiene y uno puede escuchar su propio pulso. Ahí nació este proyecto. En ese silencio. Y ahí regresa cada vez que escribo.

No busco la prisa. Nunca la busqué. Prefiero el paso corto y firme. La palabra que se queda. El lector que regresa. La historia que madura como madura el pan bueno: con tiempo, con manos, con verdad.

Hoy no traigo noticias.
Traigo vida.
Traigo memoria.
Traigo la calma de seguir.

Y con eso basta.

El Niño Canela | DMA


El nombre que aprendí a decir en voz baja

Hay amores que no piden permiso. No hacen ruido. No se anuncian. Este es el recuerdo de uno de ellos: limpio, silencioso y verdadero. Una ...