No todos los niños tienen una infancia fácil.
No todos los adultos sobreviven a ella con dignidad.
Algunos lo hacemos escribiendo.
El niño que huele a canela no es un personaje bonito para adornar estanterías. Es memoria. Es cicatriz. Es una forma de mirar atrás sin rencor y hacia delante sin miedo.
Durante años creí que el pasado debía esconderse. Que hablar de centros tutelados, de silencios familiares, de caídas físicas y emocionales, era una forma de debilidad. Me equivoqué. El tiempo —y la escritura— me enseñaron que solo se sana lo que se nombra.
Este blog nace para eso:
para nombrar.
Aquí no encontrarás frases huecas ni optimismo impostado. Encontrarás recuerdos que pesan, palabras que abrigan y reflexiones escritas a fuego lento, como se han hecho siempre las cosas que importan de verdad.
La canela no es un adorno literario. Es un olor que vuelve cuando todo parece perdido. Es cocina, infancia, refugio. Es la prueba de que incluso en los contextos más duros puede quedar algo cálido si sabemos buscarlo.
Este espacio no es solo mío.
Es para quien ha sobrevivido en silencio.
Para quien se siente fuera de lugar.
Para quien necesita leer algo honesto y descansar un momento del ruido.
Si has llegado hasta aquí, no es casualidad.
Quizá también hueles a canela y aún no lo sabías.
Bienvenido.
Este es tu sitio.
— El Niño Canela (DMA)



