Hay canciones que no pasan.
No porque suenen en la radio, ni porque vuelvan de moda, sino porque se quedan a vivir dentro.
Cuando el año se acerca a su final y todo parece exigir balances, propósitos y fuegos artificiales, el Niño Canela prefiere bajar el volumen del mundo y subir el de la memoria.
En estas fechas, la música no es ruido de fondo. Es refugio.
Hay noches de diciembre que piden silencio, una luz tenue y una canción bien elegida. Y entonces aparecen ellos, como lo han hecho siempre: Los Secretos y Mecano. No como nostalgia impostada, sino como verdad. Como esas voces que no explican nada, pero lo dicen todo.
Los Secretos no cantaban para impresionar. Cantaban para sobrevivir.
Sus canciones tienen algo de conversación a media voz, de confesión que no se hace mirando a los ojos. Déjame, Pero a tu lado, Ojos de gata… No envejecen porque nunca fueron jóvenes del todo. Siempre fueron adultas, siempre fueron sinceras. Son canciones que entienden el cansancio, la pérdida, el amor que no sale bien y aun así merece la pena.
Y Mecano… Mecano es otra cosa.
Es la prueba de que se puede ser elegante sin ser frío, popular sin ser vulgar, profundo sin levantar la voz. Hijo de la luna, Un año más, Cruz de navajas. Mecano supo poner palabras a lo que muchos no sabían decir. Supo contar historias cuando todavía no se hablaba de storytelling. Supo mirar la vida con una mezcla perfecta de ingenuidad y lucidez.
Cuando suena Un año más, algo
se recoloca por dentro.
Porque no habla de promesas grandilocuentes, sino de la realidad: mesas llenas, copas a medio beber, abrazos que a veces sobran y a veces faltan. Es una canción que no idealiza el cambio de calendario. Lo observa. Y eso, hoy, es un lujo.
El Niño Canela no entiende el fin de año como un borrón y cuenta nueva.
Lo entiende como un punto y seguido. Como una pausa para respirar, no para fingir que todo empieza de cero. La vida no funciona así. La vida se cuece a fuego lento, arrastra heridas, conserva alegrías pequeñas y aprende —si tiene suerte— a perdonar.
Por eso esta música importa.
Porque no empuja. Acompaña.
Porque no grita. Susurra.
Porque no exige felicidad. Permite estar como uno está.
Hay quien celebra el fin de año rodeado de ruido. El Niño Canela lo hace rodeado de canciones. Con recuerdos que no pesan, aunque duelan. Con la certeza de que lo vivido no se tira a la basura solo porque cambie el número del calendario.
Escuchar a Los Secretos o a Mecano en estas fechas es un acto casi revolucionario. Es decirle al mundo que no todo tiene que ser nuevo para ser valioso. Que el pasado no siempre es una carga; a veces es una brújula. Que hay cosas que se hicieron bien y no necesitan ser corregidas.
El Niño Canela levanta la copa —sin prisa, sin estridencias— por quienes siguen aquí, por quienes ya no están y por quienes todavía no saben que llegarán. Brinda por la música que le salvó cuando no había palabras, por las canciones que siguen sabiendo a casa, por los finales de año que no prometen nada pero lo significan todo.
Y cuando el reloj marque la medianoche, no pedirá doce deseos.
Le basta con uno:
seguir escuchando música que diga la verdad.
Porque mientras existan canciones así,
todavía hay esperanza.

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