Hay momentos en los que la vida no pide grandes decisiones, sino algo mucho más sencillo y, a la vez, más difícil: parar.
No detenerse por miedo, ni por cansancio del alma, sino parar con conciencia. Escuchar el propio ritmo. Respetar los silencios. Entender que no todo se construye avanzando deprisa, y que también hay caminos que se recorren quedándose quieto un instante.
Empieza ahora una temporada de descanso. Un tiempo sin ruido, sin exigencias innecesarias, sin prisas por llegar a ningún sitio. Un tiempo para cuidarme y para ordenar lo que de verdad importa, sin dar explicaciones y sin dramatismos, como se han hecho siempre las cosas cuando se hacen bien.
El Niño Canela no desaparece. No se apaga. No se rompe.
Sigue aquí.
Quizá escribe menos, quizá observa más. Quizá cambia el modo, pero no la esencia. Porque lo que nace de verdad no entiende de pausas como finales, sino como parte natural del proceso. Igual que el fuego lento necesita tiempo para dar sabor, hay momentos en los que bajar la llama es también una forma de seguir cocinando la vida.
Este espacio continuará habitado por palabras honestas, recuerdos que pesan lo justo y pensamientos que llegan cuando deben llegar. Sin forzar nada. Sin prometer más de lo que toca. Con respeto por el camino recorrido y por el que aún queda.
Gracias a quienes acompañáis incluso cuando el ritmo cambia.
Gracias por entender que el silencio también comunica.
Gracias por permanecer.
Seguimos.
A nuestra manera.
A fuego lento, como siempre.
El Niño Canela
DMA

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