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El aroma que nos cose a la memoria

Manifiesto del Mundo Canela

por DMA

El Mundo Canela 


 no nació de una idea, sino de un aroma.
De ese perfume antiguo que se cuela entre los días y nos recuerda quiénes fuimos antes de olvidar. La canela huele a infancia, a hogar, a esas manos que amasan, a la voz que llama a comer, a la risa que todavía resuena aunque el tiempo haya pasado.

Este universo no busca inventar, sino recordar.
Recordar lo pequeño, lo verdadero, lo que no necesita brillo porque ya tiene alma. Cada historia, cada dibujo, cada palabra del Mundo Canela está cosida con hilos de memoria: los que unen al niño que fuimos con el adulto que somos, los que curan, los que perfuman el aire con dulzura y verdad.

Creer en el Mundo Canela es creer que la ternura también es una forma de resistencia.
Que todavía hay belleza en una taza de leche caliente, en un cuaderno viejo, en un abrazo sin prisa.

Este proyecto no es solo literatura: es una casa abierta donde habita la nostalgia, la dignidad de lo cotidiano y el arte de vivir despacio.

Porque todos tenemos un aroma que nos cose a la memoria.
Y quizá, al detenerte un instante, descubras que tú también hueles a canela.


CAMINEMOS JUNTOS

Hoy lo volví a ver. Sentado junto a la ventana del tren, con su maleta roja bien sujeta entre los brazos, como si dentro llevara todos los recuerdos que aún no ha vivido. Afuera, los olivos se alineaban como guardianes silenciosos, y el mundo parecía moverse despacio, solo para él.

Ese niño —el que huele a canela— no es solo un personaje. Es una presencia. Una forma de mirar, de sentir, de habitar el tiempo. En cada página del libro, lo vemos caminar entre aromas, palabras y silencios. Pero hoy, lo vi en carne y paisaje. En movimiento.

La maleta no pesa por lo que lleva, sino por lo que espera. Y él, con esa mirada que mezcla ternura y misterio, parece saber que los viajes más importantes no se hacen con los pies, sino con el alma.

Este instante, capturado en la imagen, es una extensión del libro. Una página nueva. Una escena que no estaba escrita, pero que siempre estuvo ahí, esperando ser vivida.


Porque El niño que huele a canela no termina en la última línea. Sigue viajando. Y hoy, lo hizo en tren.

Hoy es 2 de noviembre, y mientras escribo estas líneas, el aire en mi casa huele a canela. No sé si es por el té que acabo de preparar, por el pan que dejé en el horno, o por ese recuerdo que se ha colado sin permiso en mi pecho. Pero está aquí, dulce, tibio, como si alguien me abrazara desde lejos.

Y pienso en él. En el niño que huele a canela.

No sé si lo conocí. Tal vez lo soñé. Tal vez lo inventé para llenar un hueco que no sabía que tenía. Pero cada vez que llega este día, lo siento cerca. Como si caminara a mi lado mientras enciendo una vela, mientras coloco una flor, mientras susurro un nombre que ya no se pronuncia en voz alta.

Ese niño, para mí, representa todo lo que no se olvida. Los abrazos que aún calientan, las risas que siguen resonando, los silencios que dicen más que mil palabras. Él es la memoria que no se apaga. El perfume de lo que fue y sigue siendo.

Hoy, mientras el mundo recuerda a sus muertos, yo celebro a los vivos que habitan en mi recuerdo. A los que me enseñaron a mirar el cielo, a los que me dejaron canciones, recetas, gestos. A los que me hicieron quien soy, aunque ya no estén.

Y si tú, que estás leyendo esto, también tienes un niño que huele a canela en tu vida —aunque sea solo en tu corazón—, cuídalo. Recuérdalo. Háblale. Porque el amor no muere. Solo cambia de forma.

Gracias por estar aquí. Gracias por leerme. Gracias por compartir este día conmigo.

Con todo mi cariño, DMA


Entre el recuerdo y el fuego.


En Cataluña, el 1 de noviembre no es solo una fecha en el calendario. Es un cruce de caminos entre lo que se recuerda y lo que se celebra. Mientras en otros lugares se habla de Halloween, aquí se enciende el fuego, se asan castañas y se preparan panellets con las manos que aún huelen a infancia.

La Castañada no es una fiesta. Es un ritual. Se celebra en familia, en escuelas, en plazas. Los niños se disfrazan de castañeros, las abuelas sacan las recetas, y el aire se llena de humo dulce.

El Día de Todos los Santos, por su parte, es silencio. Es flores en los cementerios, cartas que no se enviaron, nombres que aún se pronuncian. Es el día en que los vivos recuerdan a los que ya no están, no con tristeza, sino con presencia.


¿Y si ambas cosas fueran lo mismo?
¿Y si la Castañada fuera la forma catalana de decir “te recuerdo”? ¿Y si el fuego que asa las castañas fuera el mismo que enciende la memoria?

Ya está aquí. El Niño que huele a canela es un libro que no se lee: se abraza. Una historia para quienes cocinan con el alma, recuerdan con el cuerpo y colorean con la memoria. 📖 Disponible en Amazon 👉

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