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El silencio donde también me curo



Hoy he amanecido con esa sensación antigua que reconozco al instante: el mundo va demasiado rápido y yo necesito un momento para escucharme. No hablar, no explicar, no justificar. Solo estar.

Desde que era pequeño, en aquellos centros donde crecí, descubrí que el silencio podía ser refugio. Allí aprendí que cuando las palabras me faltaban o me pesaban, bastaba con quedarme quieto y dejar que la luz entrara por la ventana. Era mi modo de no romperme. Mi modo de entender lo que estaba pasando dentro de mí.

Ese niño —ese que sigo siendo— encontró en la calma un salvavidas. Y hoy, tantos años después, sigo recurriendo al mismo lugar interior. A esa esquina donde nadie exige nada, donde no importan las prisas, donde respiro hondo y vuelvo a ser yo.

Me doy cuenta de que no siempre hay que ser fuerte hacia afuera. A veces la verdadera fuerza está en detenerse, en escucharse, en respetar el cansancio de la propia alma. El silencio bien escogido también cura. Me ordena, me devuelve la claridad, me recuerda quién soy.

Hoy quería compartirlo contigo:
cuando me retiro un momento, no desaparezco. Me cuido.
Y en ese pequeño espacio, donde la memoria huele a canela, vuelvo a encontrarme.

DMA

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