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El eco tibio de las cosas sencillas


Hay mañanas que no necesitan grandes gestos para dejar una huella en el alma. A veces basta el sonido de una cazuela vieja al colocarse sobre el fuego, el olor tímido del pan tostándose o la luz que entra inclinada por la ventana, como si quisiera pedir permiso para despertarnos.

Hoy he recordado aquellos días en los que, aun sin saberlo, la vida me enseñaba a reconocer el valor de lo pequeño. Una taza caliente entre las manos. Las migas sobre el mantel. KUKY 


moviéndose despacio, sin ruido, como si cada gesto suyo fuese una oración hecha con paciencia.

En aquel silencio dulce descubrí que la felicidad rara vez llega corriendo; suele venir despacio, a fuego lento, como todo lo que merece quedarse.
Y quizá por eso sigo buscando ese eco tibio en cada jornada: un olor, una palabra, un instante que me devuelva a la verdad que nunca se pierde… la de las cosas sencillas que nos sostienen.


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