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Los silencios también hablan



A veces creemos que lo importante de la vida son las palabras que decimos.
Pero en realidad, son los silencios los que guardan la memoria más profunda.

El niño que huele a canela lo sabía desde pequeño: había tardes en que nadie hablaba en casa, y sin embargo todo estaba dicho. El crujido de una silla, la ventana mal cerrada, el latido del reloj de pared… Cada sonido era una confesión.

Hoy, como adultos, también convivimos con esos silencios.
Algunos son cómplices, como cuando compartimos un café sin necesidad de hablar.
Otros son incómodos, como un hueco en medio de la conversación.
Y otros son simplemente refugios, un espacio para escuchar lo que sentimos por dentro.

Quizá deberíamos reconciliarnos con ellos. No temerlos.
Porque los silencios, igual que la canela, se quedan pegados a la piel, recordándonos que no todo necesita ser explicado.


👉 ¿Y tú?
¿Qué silencio recuerdas que te haya marcado?

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