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UN AÑO MAS

Fin de año. 


Hoy no cierro un calendario. Apago el fuego y dejo reposar la olla. El año, como los buenos guisos, pide silencio antes del primer bocado. He aprendido a escuchar ese silencio.

Este año me ha enseñado que la música no suena igual cuando se la respeta. Vuelvo a Los Secretos, a esas canciones que no gritan y por eso perduran. Las escucho como quien abre una ventana antigua: entra aire, entra memoria. La música me sostuvo cuando las palabras no alcanzaban. Me recordó que hay verdades que solo se dicen en voz baja.

En la cocina he vuelto a lo esencial. Menos artificio, más fondo. He removido despacio, he esperado. Cocinar es una forma de fe: confiar en el tiempo. El aroma de la canela no tapa nada; acompaña. Así he querido vivir este año: acompañando, sin imponer. He entendido que la tradición no es nostalgia, es método. Lo que funciona, se cuida.

También he sentido. Mucho. He tenido días de fragilidad y otros de firmeza callada. He aprendido a no pedirle al cuerpo más de lo que puede dar y al alma menos de lo que necesita. He aceptado que el cansancio no es derrota y que la calma es un logro. He perdonado —sobre todo— y me he perdonado. No por olvido, sino por respeto a lo vivido.

He escrito cuando he podido, y cuando no, he observado. Escribir no siempre es llenar páginas; a veces es saber cuándo no hacerlo. He entendido que la dignidad está en sostener el ritmo propio. Ni prisa ni pausa impostada.

Si algo me llevo de este año es una certeza antigua: lo sencillo bien hecho es extraordinario. Una canción honesta. Un plato caliente. Una frase que no miente. Un silencio compartido. Eso es hogar.

Cierro el año como se cierra una cocina al final del servicio: limpio, agradecido y con la despensa ordenada para mañana. A quienes habéis leído, escuchado y acompañado, gracias. Seguimos. A fuego lento.

El Niño Canela (DMA)

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